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Responso, de Julio César Villalva: oración comprometida por Acteal

 

Mónica Mateos, 1998. Poeta y Periodista Cultural.

 

Podemos guardar silencio un minuto,

pero que sea solo

para orar

por nuestros muertos. Después,

que no baste la voz

en todo lo alto

para denunciar,

señalar,

exigir,

cuestionar,

movilizar…

 

Un artista continuamente esta obligado a mostrar sus cartas en el juego de la vida porque para él la creación es la actitud que lo hace existir como tal, es la voz que le confiere una personalidad. Y la voz de Julio César Villalva se escucha en todo lo alto en Responso, su oración comprometida por los muertos de Acteal.

       No es anécdota lo que las veinte imágenes de esta serie nos muestra. Es el llamado a dejar de ser espectadores ingenuos o pasivos. Es la apuesta de un artista joven, no por el triunfo o el fracaso, sino por el derecho a cuestionar: ¿por qué rezar en lugar de bendecir? ¿por qué sembrar tumbas en lugar de parcelas pródigas? ¿por qué derramar sangre en lugar de ofrecer pan? ¿por qué hacer una guerra en lugar de construir la paz?

 

       Responso tiene el poder de arrastrar al espíritu más perezoso, fuera de los lugares comunes ya rebasados por cuatro años de conflicto armado en Chiapas. Obliga a trascender la simple acción de ver, obliga a sentir para comprometer el alma con la lucha legítima de quienes comparten nuestra tierra, aunque nosotros no andemos sobre el lodo revuelto con balas y sueños.

 

       Julio César Villalva no hace un registro azaroso de la realidad fúnebre chiapaneca, confronta. Le devuelve vida y significado a cada trocito de mundo disperso por el terrible actuar de un puñado de soberbios que se hacen llamar “neoliberales”. Atrae la atención al revivir la esencia indígena mutilada por la intolerancia oficial, pues en su obra deja escapar, con firmeza, una gran dosis de rebeldía contra la agresión humana.

 

       Por eso, convierte a las cajitas de quitapesares en ataúdes bajo el canto de un tecolote. Los héroes de la Independencia, transformados en dinero maldito que nada vale -según reza el dicho popular-, sufren una nueva metamorfosis, por derecho más digna: se erigen voceros de la persistente demanda: “¡ya basta!”, mientras que a los milagros de nada les sirve huir pues hasta en la iglesia son acosados por los soldados y el plomo.

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