La ópera descuartizada de Julio César Villalva
Germán Rodríguez Sosa, 1996. Poeta y Periodista Cultural.
Dicen que todo llevamos muy dentro un niño herido, un niño que llora, nuestro propio niño abandonado en el desván de la indiferencia. Dicen que ese niño se nos aparece en sueños, irrumpe cuando estallan nuestras emociones, se revela (y rebela) en los momentos de mayor congoja, impotencia y desamparo. Es entonces como un duende doliente que exhibe sus amputaciones y llagas, todo el horror de las fobias, prejuicios, complejos y abusos acumulados en años, el lastre que va dejando una vida desfasada, fragmentaria, infeliz.
A fuerza de inconsciencia y represión el niño de cada quien se sume cada vez más en creciente oscuridad y silencio, hasta que algo y/o alguien lo convoca,. Descubre o libera. Eso sucede en la Ópera Omina de Julio César Villalva. En esos cuadros poblados de muñecos mutilados, vejados, mancillados, afloran los miedos y culpas, los años de abandono, el estropicio de vidas que olvidaron el asombro y el milagro, el gozo y la bondad.
Pero miramos a esos niños amuñecados (o a esos muñecos parodia del ser niño) en actos desafiantes, plenos de ironía, aventándonos al rostro (entre danzas “perversas”, actos suicidas y macabras risotadas) nuestras propias mezquindades, atavismos, torceduras y deformaciones.
En muchos sentidos la obra de Julio César Villalva es un exorcismo, de sí y de todos cuantos se acercan a sus cuadros. En un acto piadoso y descarnado él pinta esas ánimas en pena, esos demonios sometidos, esos entes grotescos que, en el subconsciente, habitan por obra y desgracia de los sistemas impíos (ideológicos o religiosos, por ejemplo). Y entre todos ellos los niños, nuestros niños olvidados fuera del corazón, se nos aparecen extendiendo los brazos que no tienen, mirándonos con los ojos que les fueron cegados, llamándonos con sus voces desarticuladas, tocándonos con sus cuerpos amputados. Y lloramos. Y escribimos una carta al niño silenciado. Y le buscamos entre telarañas y trebejos. Y le pedimos perdón por tanta estupidez y desamparo.
La Ópera Omina de Julio César Villalva, revelación descuartizada, es también acto de amor que nos devuelve la oportunidad de liberar a nuestro niño atado, de asomarnos al horror que hemos creado no para lamentarnos ni cosechar más culpas, sino para ascender, purificados, a una nueva era en nuestro corazón.
Así sea.